Hablar con nuestro Padre, agradecerle y pedirle con fe es una necesidad diaria.
La noche que Jesús fue a orar al Getsemaní, antes de ser entregado al padecimiento, la Biblia cuenta que le pidió a Sus discípulos que se sentaran, mientras se llevó a Pedro, Jacobo y Juan para que lo acompañaran. A ellos tres les pidió que velaran, mientras Él oraba1. Esto nos enseña que podemos encontrar tres niveles de discípulos; el nivel de los que se quedan sentados, el nivel de los que velan y el nivel de Jesús, quien ora a solas, incluso en las horas de más angustia. Busca estar en el nivel de oración donde encuentras más intimidad con el Padre.
A los tres discípulos que llevó consigo, Jesús les preguntó por qué no fueron capaces de orar una hora. Esto, a veces, confunde a algunos porque los hace pensar que la clave de la oración eficaz es dedicarle por lo menos una hora al día, pero esta no es una fórmula.
Claro que mientras más disciplina de oración demostremos, más resultados positivos veremos en nuestra vida, pero no depende del tiempo que le dediquemos sino de la capacidad que desarrollemos para conectarnos íntimamente con el Señor, hablarle, escucharlo y adorarlo. No es cuestión de “cuánto tiempo aguanto” sino de lograr el nivel de intimidad que renueva nuestras fuerzas y nos brinda esa paz que sobrepasa todo entendimiento.
Claro que mientras más disciplina de oración demostremos, más resultados positivos veremos en nuestra vida, pero no depende del tiempo que le dediquemos sino de la capacidad que desarrollemos para conectarnos íntimamente con el Señor, hablarle, escucharlo y adorarlo. No es cuestión de “cuánto tiempo aguanto” sino de lograr el nivel de intimidad que renueva nuestras fuerzas y nos brinda esa paz que sobrepasa todo entendimiento.
Cuando leo el versículo que nos relata que Pedro comenzó a hundirse al caminar sobre el agua, viene a mi mente su oración tan breve y efectiva: “¡Señor, sálvame!2” La Biblia no dice que primero ofreció cantos de alabanza, luego algunos de adoración y después, ofrendó para ser escuchado. Pedro simplemente clamó y obtuvo respuesta, porque ante una situación desesperada, nuestro Señor nos escucha. Así que debemos aprender a ser flexibles y no ahogar la comunicación con Dios en tantos protocolos. Por supuesto que tampoco hay que buscar la brevedad por sí misma. Algunos son tan parcos para orar por los alimentos que ¡dan gracias por lo que ya se comieron, en vez de agradecer por lo que hay en la mesa y van a comer! Este pasaje de Pedro es como el ejemplo del “911, llamada de emergencia” en la oración. En esos momentos cuando no hay tiempo para ayunar o para hacer una vigilia, solo hay tiempo para buscar una comunicación directa con Dios y ¡pedirle auxilio! La oración es efectiva si la hacemos con un corazón sincero y puro.
Preocúpate por cumplir principios básicos como aprender a hablar y a escuchar, acercarte sin rencores y confiado en que tu Padre te escuchará. Hay oraciones de emergencia, pero también están aquellas enriquecedoras que hacemos a puerta cerrada, en un tiempo apartado para hablar con el Señor, quien nos forma en lo secreto y nos bendice en público.
Cuando Jesús habló sobre oración, también relató la parábola de un juez que hizo justicia a una viuda porque no quería que lo molestara con su insistencia y explicó que tanto más, hará justicia nuestro Padre porque nos ha escogido y le clamamos, no porque se desespera de escucharnos3. Así que orar es una necesidad de todos los días, ya que buscamos Su justicia al clamarle de día y de noche. Además, hay que hacerlo con fe, porque hay quienes hacen de la oración una apuesta. La hacen tan general y ambigua, siempre cerrando con la frase: “Que se haga tu voluntad”, porque quieren evitar la vergüenza de quedar mal, si no se cumple lo que piden. Ora con autoridad, pidiendo específicamente lo que deseas que suceda. De esa forma demuestras fe y lo que pidas será hecho. Déjate transformar por el Espíritu Santo que te llena de seguridad y fe, si quieres orar efectivamente. ¡No desmayes, necesitamos orar!
Siempre pedimos a Dios paz, alegría, tranquilidad y serenidad, pero ¿sabías Él se goza con tu oración, si la haces con un corazón recto y humilde?4 Según Apocalipsis, las oraciones se convierten en incienso de los santos delante de Dios. Nuestra búsqueda de intimidad con Él, nuestras palabras de adoración y de gratitud son aroma agradable, sacrificio acepto delante del Padre. Dile al Señor que deseas que tu oración alegre Su corazón de día y de noche, porque sabes que le complace ver que dependes de Él en todo y para todo.
Debemos clamar a nuestro Padre, convencidos de que somos Sus hijos y por lo tanto, coherederos con Jesús, por lo que tenemos el derechos de ir ante Él para darle gracias y pedir nuestra herencia5. ¿Qué esperar para acercarte a tu Padre con plena confianza? Si oras de día y noche, seguramente Dios hará justicia en tu vida, te bendecirá, te protegerá y te sanará, pero ¡no desmayes, insiste con fe!
A veces nos equivocamos al creer que solo quien se encuentra en problemas puede pedir en oración, y no es así. Todos podemos acercarnos a pedir al Padre porque tenemos la gracia para hacerlo. Atrévete a pedir sanidad si estás enfermo y también pide recursos para mejorar tu vida si te has cuidado y no padeces ninguna enfermedad. Alguien puede pedir dinero para pagar una deuda y otro puede pedir la misma cantidad para gozar de unas vacaciones con su familia porque ha sido obediente y ha sabido administrar sus recursos. Dios puede responder ambas oraciones, el problema de nuestra fe es que la usamos para salir del pozo de la desesperación, pero no para escalar y llegar a la cima de la montaña. Si tu oración y obediencia ya te sacó del pozo, ¡no te detengas!, sigue pidiendo y esforzándote, porque hay un monte por conquistar. No critiques a quienes piden por sus sueños. Dile: “Señor Jesús, acudiré a ti para pedir socorro y también para pedir que me lleves a las alturas. Pediré por lo que necesito y por lo que sueño. Oraré de día y de noche. Te doy gracias porque has prometido escucharme”.
Versículos de referencia
1 Marcos 14: 32-38 cuenta: Vinieron, pues, a un lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí, entre tanto que yo oro. Y tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse. Y les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí y velad. Yéndose un poco adelante, se postró en tierra, y oró que si fuese posible, pasase de él aquella hora. Y decía: Abba, Padre, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; mas no lo que yo quiero, sino lo que tú. Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.
2 Mateo 14:30-31 comparte: Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?
3 Lucas 18:1-8 relata: También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia. Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?
4 Proverbios 15:8 comparte: El sacrificio de los impíos es abominación a Jehová;?Mas la oración de los rectos es su gozo.
5 Romanos 8:15-18 enseña: Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.